domingo, 13 de enero de 2008

Irina Palm


Comentario de la película.
Al hacerlo en el blog, podré siempre recordarla, pues tengo una facilidad pasmosa para olvidarme del argumento y de todo, quedándoseme sólo grabada la noción de que me gustó, cuando así fue.
Esta co-producción europea (Bélgica, Alemania, Luxemburgo, Reino Unido, Francia) parece desarrollarse en Inglaterra, entre un pueblito carca y cotilla y Londres.
Un argumento complejo, fácil de caer en lo sensiblero, o en lo macarra, o en ambas cosas. Pero la naturalidad de la actuación de la protagonista, Marianne Faithfull (desconocida para mí hasta ayer), contribuye sin duda a dar a la narración un toque de frescura, a desdramatizar. Ella interpreta el papel de una abuela viuda, pueblerina e inexperta laboral, que adora a su nieto, un chaval de unos ocho años, postrado en la cama de inicio a fin de película. Cuando la única esperanza de curación, les anuncian, se encuentra en un hospital de Australia, viaje que no pueden costear, la abuela patea las calles de Londres en busca no se sabe de qué. Acaba encontrando trabajo en un club sexual, de "pajillera", que acaba aceptando no sin serias dudas. Hasta aquí, todo original y muy bien tratado.
El que Irina Palm, su nombre como pajillera, alcance el éxito laboral en su "oficio" y que al final surja el amor entre ella y el dueño del club, suena a final feliz made in Hollywood. Poco creíble, la verdad.
Pero en fin, el final facilón no empaña la buena interpetación de todos, ni la originalidad del planteamiento que pone de manifiesto, una vez más, la hipocresía de la "gente decente", especialmente en materia sexual, incluido el hijo de Irina (padre del niño enfermo) que se avergüenza de la hazaña de su madre antes que valorar su sacrificio por la curación del nieto.
Buena ambientación, exterior e interior. En las pocas escenas al aire libre, huele a Europa central aunque a mí me pareció, no sé porqué, Inglaterra, Londres. El club de alterne que hace una contraoferta laboral a Irina, desternillante.
Es el segundo largometraje del director, Sam Gabarski (Alemania, 1948), que con 50 años se puso a rodar su primer corto. Toda una lección de que "nunca es tarde si la dicha es buena", lo que anima a seguir escribiendo y a lo que a uno le guste porque

Cualquier día es bueno para empezar.

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