jueves, 27 de noviembre de 2008

BODAS DE ESTAÑO. Micro-relato.


La luz de la mañana se empieza a colar por las rendijas de la persiana. Encima de la cama un cuerpo tumbado hacia abajo: está desnudo y solo, completamente solo.
Se asoma por la puerta entreabierta y ve la silueta tendida. Observa. Permanece en silencio mirando. Hace quince años amó tanto… sólo recordarlo resquebraja el alma.
Poco a poco empiezan los ruidos del amanecer: despertadores, las primeras toses, el silbido de una cafetera… El patio suena a cotidiano. Un nuevo día se presenta, idéntico al anterior y al siguiente.
La risas de los niños les devuelven la fuerza necesaria para enfrentarse al desayuno y la rutina. Ella volverá al Hospital a seguir de cerca el lento languidecer de su madre. Él llevará a los niños al colegio antes de empezar su tediosa jornada en la oficina.
Ella arrastrará la soledad que cuelga de su cintura; él la llevará abrazada a su regazo y sin apenas notarla.

Un día se habían rendido sin gritos ni aspavientos, silenciosamente.
Hace quince años se amaron tanto… sólo recordarlo resquebraja el alma.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El Retiro

Los cincuenta: celebro con Javier nuestra amistad que dura ya más de treinta años.
Mi perro disfruta con la sinfonía de nuevos olores y persigue un gato.
Vaya asco de cámara, a ver si cobro algo y me compro una que saque fotos decentes, este blog se ha perdido trompetistas, patinadores, grupo de Tai-Chi, guiñol, lluvia de hojas, rodaje de película… sale la vida a borbotones de este parque.
Me encantan Madrid los domingos, el Retiro, mi familia y los amigos.

Recuerdos del Retiro.


Infancia: paseos con el yayo y José Manuel, el oso pardo de la Casa de Fieras, Manoli emocionada con las rosas de primavera.
Juventud: muerte del yayo, sesión de fotos con María V. y su novio Carlos.
Madurez: Jack enseñándome a distinguir las coníferas. Jack practica Tai-Chi en Roma y me enseña que es una lucha a cámara lenta.

martes, 18 de noviembre de 2008

Niebla y otros fenómenos.



Hoy en mi paseo habitual he sentido algo repiquetando sobre mis hombros. He mirado alrededor y tan sólo había niebla, mucha niebla, una niebla como la de estas imágenes. He posado los ojos entonces sobre mis propios hombros y he visto esa "lluvia": era una hermosa combinación de hojas y trocitos de hielo. Quizá no es la primera vez que "me mojo" bajo esta singular forma de llover, pero no lo he percibido hasta hoy. Me ha parecido bello, profundo... Por un instante, casi he sido feliz.
(LA FOTO DE ABAJO ES DE VICTORINO GARCÍA, ¡gracias!)

lunes, 17 de noviembre de 2008

Otoño, amor, sexo y poesía (II).


A una se le van cayendo las hojas al compás de los achaques. La mente mengua en memoria y gana en lucidez. El alma sale de su escondite más a menudo: unas veces hace “de las suyas”; otras, sopla serenidad.
Paseo a diario al amanecer. Mientras, soy consciente de haber nacido y de que un día, más cercano que mi nacimiento, tan sólo seré… ¿qué seré? Probablemente, nada. Hago siempre el mismo recorrido: hasta el tercer puente. Hasta el primero, agradezco tener salud para hacer una vida autónoma. Cuando voy alcanzando el siguiente, alabo la suerte de vivir en el Segundo Mundo y no pasar hambre.
Al tercer puente, dar la vuelta y desandar. Ahí me trabuco un poco; toca hacer un ejercicio que consiste en recordar a quienes amas y te aman. Pienso en mis hermanos, en mi hijo, en mi madre, en esos pocos pero cálidos amigos que están cerca, en los que ya no están, y... en aquel hombre que fue sueño. Ya no queda tiempo para hacerlo realidad: éxtasis juvenil primero, padre de tus hijos y compañero de batallas después. Otoño no es una buena estación para iniciar ese ciclo vital pues ¿qué futuro se proyecta para el invierno que llegará? Con las nieves y heladas vendrán la debilidad, la enfermedad, el dolor y la muerte. No habiendo existido un afecto que, consolidado por haber sido antes pasión y luego tedio, ¿qué puede alimentar ese final? Es tarde ya para ese hombre sueño, sí.
Pero hay tiempo aún para el romance sereno y enriquecedor (¿?). Hasta ahora las aventuras han sido más tormento que remanso.
¿Y de sexo, qué? Sólo imaginar un arrebato pasional, tal vez antaño excitante, me siento cansada. Prefiero la ternura, el sexo como experiencia estética (*). Ya únicamente me dejo seducir por un juego delicado, inteligente, que sonríe tranquilo, sin metas ni obligaciones. (Nada más absurdo que el orgasmo por real decreto.)
Como dijo el artista: “para amar hay que tener tiempo” (**).
Siempre nos queda la Poesía, que en otoño no es tan cansada como la pasión y, en todas las estaciones, resulta más constante que el amor. Además, bastan unos minutillos.
(*) “…el sexo como experiencia estética”, frase –no sé si literal o como idea, ya no recuerdo- de Ana Lemes, bailarina y amiga.
(**) Aforismo de Luis Felipe Comendador en “No pasa nada si a mí no me pasa nada”.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Otoño, amor, sexo y poesía (I).


Se caen las hojas
de mi cuerpo desnudo.
Como árbol soy.
………………………..
Visto con ropas
de arcilla y carmín.
Por lo que soy, porque fui.
………………………..
Bajo tu vientre
Caben mil besos
Que se me escapan
Como traviesos
Tú los atrapas
Yo los desato
Para que jueguen
Y sin recato
Por tus rincones
Se van colando
Los besos sabios
Que te estoy dando
……………………….
Nunca fui buena en poesía, prefiero lo que hacen otros.

DESPUÉS DE LOS REPROCHES
la complicidad regresa
la humedad
derritiéndose hasta habitarnos
y así, sin más
encendimos de nuevo las llamas.

VAMOS CAYENDO POR SEPARADO
Como hojas de un mismo árbol
a su tiempo
todos
Sonreiremos bajo la tierra.

(Poemas de María Elena Rodríguez Hernández, en
“15 BALAS”, Antología de poesía mexicana actual, lf ediciones 2008.)

lunes, 10 de noviembre de 2008

FUERZA CUATRO. Micro-relato.


Empezó con un golpe seco y breve, muy breve; una caricia brusca. Y cesó.
Después del primer instante, ella volvió a lo suyo y permaneció silenciosa.
A los pocos segundos, llegó un empujón, prolongado y con fuerza. Entonces sí, ella se volvió hacia él desafiante, con tanto desparpajo como temeridad. No dijo nada, pero silbó.
Cualquiera hubiera vaticinado: “viene loco y con furia, dispuesto a todo, tú eres frágil: te va a poder... ¡cuidado!"
Él embistió; arrancó sus adornos y la despojó de su leve vestimenta.
Ella se resistía moviéndose en todas las direcciones posibles, se agitaba, gritaba, se revolvía... pero la fuerza de él todo lo abarcaba presionando brutalmente.
Las bisagras de su intimidad cedieron poco a poco ante el dolor y el destino.
Finalmente, consiguió penetrar.
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Ha dicho el hombre del tiempo que, esa tarde, el viento superó los cien kilómetros por hora. La ventana de Doña Pepita, con el visillo tan coqueto -las campanitas de navidad pegadas con celo en el marco-, quedó hecha trizas. No se salvaron ni los herrajes.
Lo peor es que ahora la pobre ni siquiera encuentra la póliza multi-riesgo hogar, con el frío que hace.
GGC. Salamanca, primavera de 2005. Taller de Las Conchas.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Cisne negro, cisne blanco I

Para vencer hay que morir un poco.
Odile avanza a ritmo de tormenta. El príncipe hechizado baila girando sobre sí mismo y recorre el escenario a grandes saltos.
Una figura femenina fisga desde detrás de las cortinas. No quiere perderse un detalle. Está ya maquillada y especialmente ataviada para morir en escena. Sobre sus hombros un chal con sus iniciales M.V. bordadas. A pesar de este momento mágico que la espera, saborea con melancolía la profesionalidad de sus compañeros de reparto: jóvenes bien preparados con más medios y conocimientos de los que ella tuvo, sus cuerpos sanos, sin apenas rasgos deformados; nadie diría que son bailarines. Ellas, hasta podrán ser madres. Salvo por las giras, llevarán una vida casi normal.
Marga se despide de los escenarios con el papel de Odette en el Ballet de la Ópera de Berlín. Más de cien veces ha bailado “El lago de los cisnes”. Esta vez morirá de verdad al aletear y contorsionarse, secreto homenaje a su admirada Plisetskaya. El recuerdo de Maia aún está vivo en su memoria. Se sabe privilegiada, es de los pocos, poquísimos, que consiguieron subir a un escenario, vivir de la Danza, hacer del baile su razón de existir. Ya ha cumplido cuarenta y dos años y es vieja para el oficio. Ahora tal vez forme su propia compañía o monte una Escuela. Se tomará vacaciones de vez en cuando. Tal vez, hasta se case y forme una familia. Adoptará una niña.
El cisne negro se ha evadido. Ya sólo quedan unos minutos. Marga estira su pierna derecha, luego la izquierda, gira el cuello suavemente. La ayudante le quita el chal de lana que cubre su inmaculado tutú blanco, retoca ligeramente el maquillaje y le da un beso.
Odile danza; sus piruetas son perfectas. Mueve los brazos que parecen totalmente alas batiéndose contra el dolor. No parece una bailarina sino un auténtico cisne muriendo, vencido por el hechizo de Odette, su otro yo, el cisne negro. La danza y la vida. La gloria y la renuncia. Odile cae al suelo. La expectación del público flota en el ambiente.………………………………………………………………………………

Cisne negro, cisne blanco II

Veinticinco años antes.
Margarita Valbuena coge las puntas, enrolla las cintas con cuidado y las guarda en una bolsa de paño que se cierra con cordoncillo. Después coge sus zapatillas casi hechas girones –ahora están a punto para bailar-, el maillot y las mayas y mete todo con cuidado en su bolsa de deportes. Antes de salir del vestuario se mira al espejo, duda un instante si quitarse el moño y dejar la melena al aire. Finalmente su pelo queda recogido, así se ve mejor esa sonrisa que dibujan los labios, que llega casi hasta los dos pómulos tan pronunciados. Sus ojos algo rasgados, abiertos a la vida, brillan. Su frente despejada rezuma juventud. Marga va corriendo por la calle, más bien saltando, hacia la cola del autobús queriéndose comer el mundo. Apenas puede contenerse y en la parada pone los pies en quinta posición mientras tararea el vals de las flores. Cierra los ojos y se recuerda a sí misma en la prueba. Pero, por mucho que imagine ella, no puede verse bien, pues sólo siente sus complejos: ese grand-écart insuficientemente abierto, el estreno de sus puntas: demasiado duras y rebeldes para las piruetas, el remiendo de las mallas en la rodilla. Marga es simplemente feliz. Hoy es su día: ha sido seleccionada para “El lago de los cisnes”; en una segunda prueba se decidirá el papel. Ella sueña con la muerte del cisne que vio un día interpretar a la diva Maia Plisetskaya: mientras aleteaba y se contorsionaba, moría de verdad. Inmejorable. Marga no piensa llegar a tanto, no cree que le den un papel solista, ni mucho menos, ya se conforma ella con poder salir a escena en el “Paso a cuatro”. En ese retazo se siente dominadora, con su técnica depurada, tan graciosa y natural en el juego de cabezas… aunque el resultado depende también de las otras tres: tienen que moverse al unísono, en una perfecta sincronización, ni un grado de más hacia la izquierda, o hacia la derecha, ni hacia delante o hacia atrás: el giro, acompasado y suave, muy suave, rítmico, marcando las notas. Marga no comprende cómo algunos bailarines (bueno, más bien aficionados, piensa) dicen que les encanta interpretar la música si bailan igual con ella que sin ella. Marga la siente debajo de su piel y sabe cuándo hay que marcar una pausa, cómo enfatizar el movimiento, parecer más blanda o más cortante, arrastrar el cuerpo detrás de sus pies, y también viceversa. La música le habla: le dicta melancolía o alegría, unas veces delicadeza; otras, crispación: su cuerpo es el vehículo para expresar toda una gama de sensaciones cercana al infinito.
El autobús llega y Marga deshace su quinta. En la parada, un chico se había quedado mirando con extrañeza el nudo de sus pies. Entre el mundo del ballet, se reconocen sólo con verse: por la forma de estar de pie, por la de sentarse, por la de hablar, por la de moverse. Los vocacionales lo hacen sin sentir, por deformación profesional. Otros exageran los rasgos estirando exageradamente el cuello o andando como quien camina de puntillas –cuando no caminan realmente de puntillas-, pero ese tipo de tics acaban delatándolos: sólo son cursis, aprendices, mediocres. Los que viven el baile de verdad, desde dentro, no necesitan gestos externos; a veces se les escapan pero ellos hacen esfuerzos por ser considerados como personas normales. En clase de Marga, en el Instituto, sus compañeros no comprenden que ella prefiera pasarse todo un fin de semana ensayando la prueba, ni que duerma durante la noche del sábado para estar en forma, sin ceder a la tentación de las cervezas. No es que a Marga no le guste lo que a todos los jóvenes, es que su pasión la puede: el baile es su vida, no hay nada en el mundo con lo que se sienta tan llena, tan feliz, como cuando está encima de sus zapatillas volando, soñando, girando…
Lleva trece años asistiendo a clases, desde los cinco. Por los pelos: un año más y hubiera sido ya casi tarde. Tres horas semanales los primeros años, después una hora diaria; más tarde, tres horas diarias. Muchos fines de semana en cursos intensivos o ensayos generales. Casi todos los veranos un mes en algún cursillo de especialidad: “castañuelas”, “escuela bolera”, “brazos”, casi siempre becada, pero a veces tras un esfuerzo económico de sus padres.
Con tan sólo cuatro añitos, a Marga se la permitió apuntarse a la actividad extraescolar de Danza, aunque su madre hubiera preferido Inglés. Al finalizar el curso académico, la Madame recomendó que llevaran a la niña a la prestigiosa Escuela de Ballet de su ciudad, que tenía fama en toda Europa. Sin duda, apuntaba dotes especiales. En la prueba de acceso sin embargo, el Maestro les echó un jarro de agua fría:
- Tiene los pies demasiado planos y constitución algo redonda…
- … Aunque no cabe duda de que es sensible y lista; podrá dominar sus puntos débiles si se la enseña bien. – añadió.
Con lo cual, decidió admitirla.
Su madre se asombró de que para ser bailarina hubiera que ser lista, pero así lo escuchó varias veces a lo largo de los años.
La niña pasó su infancia ejercitando sus empeines, mientras leía, mientras atendía las clases del colegio, mientras veía la tele.
Hoy Marga, mientras coge el autobús, piensa que ha merecido la pena. A veces se ha sentido abrumada. En Ballet todo tiene que ser perfecto, todo tiene que estar en su sitio. Recuerda las lágrimas cuando sus primeros pasos sobre las puntas, la tozudez del Maestro con las niñas para que no se corten el pelo, la preocupación por ese mechón rebelde que no se sujeta y cae sobre la frente, la expulsión de una clase por llevar un tomate en las mayas, los cuchicheos de las compañeras por los dos kilos más en octubre, el bochorno por llevar una talla de más en el maillot. Revive la lucha contra el sueño y el cansancio, el tesón para conseguir limpia la pirueta doble que se rebela, las agujetas cuando se insiste demasiado y sin control.
Marga llega a casa a dar la buena nueva a su madre. Abrazos y gritos de alegría.
- Llegarás a ser una figura – anunció su padre.
Marga sin embargo sonríe porque sabe que figura, sólo una entre diez mil, pero su padre es feliz creyendo que tiene una Maia en casa.

Cisne negro, cisne blanco III

Marga-Odile ahora recuerda sus primeros pinitos y se pregunta qué tipo de vida hubiera llevado de no haberse apuntado a los cuatro años a clase de Baile en su colegio. Qué hubiera sucedido si el Maestro, a quien le debe casi todo lo que es hoy, no la hubiera admitido en su Escuela por no tener los pies cavos, a qué dedicaría su energía y vigor, cuáles serían sus objetivos y sus ilusiones, qué haría si no supiera hacer piruetas, si no pudiera llenar sus horas con el movimiento de sus piernas al ritmo del tres por cuatro, si sus zapatillas no la transportaran hacia el cielo, si no volara, si no girara, si no sintiera danzar dentro de ella misma a los clásicos, si no conociera a Mozart, ni hubiera oído jamás las sonatas de Bach, si no se empapara cada noche con el recuerdo del piano repiqueteando debajo de sus ropas, dentro de su cuerpo, bajo de su piel.
El cisne blanco cae lentamente al suelo. El público se levanta de los asientos e interrumpe la función con sus aplausos.
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En Playa de Barra (Portugal), primavera de 2008.

Este relato-reportaje se lo dedico a una serie de personas: todas influyeron en mi amor por el Baile. Especialmente a Cuca, que pronto será madre, porque me hizo volver a emocionarme cuando ya era tarde para mí.
A Trinidad Vives, que me habló de Karen Taft.
A Karen Taft que valerosa, instaló en pleno franquismo una de las primeras escuelas de Ballet en Madrid. Y a su hija María, que continuó con la labor de su madre.
A Mari de Larios con quien, literalmente, di mis primeros pasos.
A África Morris, excelente profesional, que sufrió la rígida exigencia a los bailarines para formar parte de un Ballet Clásico.
A Víctor Ullate, por tantas tardes y veladas de ensueño.
A Tamara Rojo y Trinidad Sevillano, que protagonizan el sueño de muchas miles.
A Ana Lemes, que me enseñó también teoría e historia, y me alentó mucho a pesar de ser yo ya “muy mayor”.
A Sara Lezana y su equipo, que me abrieron la puerta de la Escuela Bolera.
Y a mi madre, que me animó a entrar en el mundo de la Danza a mis siete años.