lunes, 24 de diciembre de 2007

Rosa Montero y el pijama de rayas

  1. Inauguré estas páginas hablando de uno de los últimos libros de moda, que ya sólo por eso, por estar de moda, por ser "best-sellers", me predisponen en contra. Pero venciendo mis prejucicios, lo comencé y encontré curioso el primer capítulo, porque el protagonista es un niño y me pareció bien enfocado su punto de vista. Después, ya lo escribí en estas páginas, la trama se mueve en torno a Auchviz y éso me desalentó.
    "El niño del pijama de rayas" tiene el mérito (o el consuelo) de finalizar de forma conmovedora. El resto de la novela a mí me resulta flojilla, de manera que el final es casi lo único bueno. Ahora bien, conmover con ese final es fácil, porque es terrible; el mérito está en que consigue incitar a alguna nueva reflexión: por ejemplo, la muerte accidental. Cuestión que para los no-detractores de la pena de muerte debiera decirles algo.
El que el escenario de toda la novela sea el más famoso campo de exterminio nazi es uno de los tópicos que funciona a nivel de ventas. No pretendo quitar hierro al tema de fondo, no, el horror es el horror, no hay duda. Pero ya hay superavit y stock literario y de cine sobre el tema, ¿no? Como con la guerra civil española. Yo preferiría leer sobre la guerra del nuestro siglo que es el terrorismo, sobre lo cual también debe haber superabundancia, e incluso también best-sellers, pero qué queréis, es mi blog y por eso escribo lo que quiero. Me gustaría profundizar en esta nueva forma que ha tomado la guerra, en sus causas, en los porqués del drama Oriente contra Occidente.

Después del pijama he vuelto a Rosa Montero, siempre ágil y lúcida aunque me llega a empalagar un poco. La verdad es que casi todos los autores empalagan por buenos que sean. Estaba con este último libro de Rosa que ha caído en mis manos, creí que se trataba de una novela pero no, es más bien, una pseudo-biografía-ensayo sobre el oficio de escribir. Iba a citar aquí una frase en la que compara el amor y la novela, cuando caí que tengo que pedir autorización a la editorial para reproducir la frase en cuestión. Como tampoco quiero hacer propaganda gratis, no cito el libro ni la editorial (*). Hale, que se fastidien. Volveré sobre ello, no obstante, ya que me parecen interesantes reflexiones que se podrían hacer extensivas a la creación artística en general. El artista se obsesiona con su obra mientras la está pariendo, de la misma forma que nos obsesionamos cuando nos enamoramos de alguien. La ventaja, dice Rosa, es que no necesitas de otra persona. Tiene gracia, sí. Pero tiene miga, no sólo gracia: ¿compensa? ¿se puede vivir sin ello? ¿el agotamiento que produce se recupera siempre?... Aquí lo lanzo.

(*) Hace falta ser optimista -o estúpida de remate- para pensar que porque yo lo cite aquí suponga propaganda para ella, ja ja ja...

sábado, 22 de diciembre de 2007

Blog tomando forma.

Han pasado algunos días y voy tomando cierto control de ésto.
A estas alturas quiero advertir que este blog NO es un diario, aunque a veces relate, en plan reportaje periodísitico, sucesos vividos. Aún en estos casos, suele haber siempre algo de fantasía. También deseo incidir en que todo es fruto de mis pinitos literarios, cosecha propia, sin objetivos concretos ni grandes metas.
Si hay opinión, será la mía, desde luego (no pretendo escribir sobre lo que no siento, o tal vez sí pero sería en una etapa más madura literariamente, no por ahora).
Cuando transcribo algo de otro autor, lo cito expresamente y en el caso de que la transcripción -literal o no- se base en algo o alguien real, modifico los datos de forma el afectado no pueda ser reconocido.
Soy pudorosa para mi vida privada pero sobre todo, no sé a quien le puede interesar un diario sin más, y eso pese a que mi vida no es precisamente vulgar ni aburrida.
No, el objetivo de este blog era ordenar mis escritos, ofrecerlos, sacarlos a la luz. En el fondo, sean cuales sean las razones para escribir, el acto creativo al final siempre necesita ser comunicado.
He "subido" cosas; la última, esta historia que nació contemplando una hermosa puesta de sol en la costa portuguesa. Lo llamé "La Reina de América" en honor a alguien muy querido, quien en cierto modo me inspiró el argumento.

LEYENDA LUSA - La Reina de América



Todo sucedió en los albores del siglo XVI, época de conquistadores y aventureros, cuando tantos hombres se echaban a la mar en busca del paraíso. Fue en una aldea de pescadores, en la costa que mira al Atlántico. Cuentan que gozaba aquella región de un clima excelente, que apenas llovía y el mar siempre estaba calmo.
Dicen que ella era una mujer menuda, morena, de pocas palabras y mirada inquieta. Le gustaba pasear junto a su amado por la playa.
Una tarde, su enamorado le anunció que embarcaría en la Encarnaçao, y le señaló las enormes velas blancas de la barca que se distinguía de todas las demás. Él partiría con otros al amanecer rumbo al nuevo mundo, y conquistarían varias islas. Harían fortuna y pronto, podrían volver a reunirse.
- Mira este ocaso y cada vez que lo contemples, recuerda estas palabras: conquistaré para ti un continente, me haré su dueño y señor y me proclamarán su rey. Volveré por ti, amada mía, tú serás mi reina y también la suya. Viviremos juntos en el nuevo mundo, tendremos muchos hijos y seremos felices. No lo olvides, amor: serás la reina de América.
Desde aquel día, la mujer paseaba una tarde tras otra por la misma playa que le vio partir. Solía escoger la última hora, ésa en que el sol está a punto de decir adiós. Recorría la orilla y se sentaba al final, sobre unas rocas, mirando al horizonte. Se deleitaba en la contemplación del cielo, mientras lo observaba teñirse poco a poco de color naranja. Todas las tardes, sin faltar una, fiel al consejo de su amor, recordaba que algún día sería reina de América. Las nubes filtraban la luz y una sinfonía de rojos y rosas cubrían el firmamento. Sólo la belleza de aquel espectáculo acompañaba su soledad.



Y así pasaron los días y los meses, y un año tras otro.


En la aldea, todo el mundo murmuraba y la compadecían: su amado no retornaba… ¡pobre muchacha, tan hermosa y desgraciada!
Los cabellos se le fueron tornando grises, sus ojos languidecieron, y poco a poco, fue perdiendo la razón. Pero nunca dejó de asistir al ocaso en la playa; ni una sola tarde de su existencia dejó de invocar las palabras de su amado; no perdió jamás la esperanza de ver de vuelta a la Encarnaçao.

Cuentan que una tarde, en su ritual de contemplación del atardecer, la mujer debió comprender que había envejecido y consumido su vida en un ejercicio estéril y entonces, su razón la abandonó del todo. Comenzó a gritar y a llorar y a dar vueltas sobre la arena. Los que la vieron dicen que así estuvo horas y horas, y que aquella tarde el ocaso no fue naranja sino gris. Embravecida, comenzó a tirar guijarros hacia arriba, uno, otro, y otro, en una absurda lucha contra nadie. Pero parece ser que las piedrecillas que disparaba, envueltas por la fuerza de la locura y la rabia del desamor, llegaron hasta el firmamento e hirieron las nubes. Finalmente, el cielo comenzó a llorar. Las lágrimas cayeron por los muchos orificios del cielo, primero lentamente, después cada vez con más energía y rapidez.
Al día siguiente se desató una tormenta como jamás se había conocido por aquellos lugares. Caían gotas inmensas, incluso trozos de hielo. De las nubes salían rayos cuyo estruendo ensordecía el ambiente. El mar se agitaba con furia y las olas alcanzaron alturas nunca vistas. La gente corría asustada sin comprender… Más, pronto se corrió la voz: alguien había visto a la mujer apedrear el cielo. Entonces, los aldeanos dejaron de compadecer a la mujer y la señalaron como causa de aquel desastre: casas inundadas, huertos perdidos… La ira del pueblo la maldecía con palabras altisonantes y gestos de desprecio.
Humillada y atónita por lo sucedido, víctima de la ira de aquellas gentes sintió más que nunca la soledad clavarse en su alma. Desesperada, cogió una navaja bien afilada, corrió a la playa y allí, sobre aquellas rocas en cuyo asiento había contemplado tantas puestas de sol, hundió el filo en sus muñecas.
Se fue vaciando de vida lentamente a través de sus venas abiertas.
El tiempo fue amainando, dejó el cielo de rugir y salió de nuevo el sol. Al amanecer, el horizonte había retornado azul otra vez y la superficie del mar estaba en calma.
De madrugada, cuando los pescadores iban a salir a faenar, vieron el cuerpo de la mujer tendido sobre un charco de sangre y volvieron a sentir compasión. La enterraron allí mismo.

A partir de entonces, en recuerdo de la sangre derramada, cada vez que hay temporal en la playa ondea una bandera roja.

(Portugal, verano de 2007)






martes, 18 de diciembre de 2007

Carta de desamor en la madurez


Era lunes. Cuando el reloj dio la alarma de las seis y cuarto fue un alivio. Había pasado la noche completamente despejada, sin poder descansar.
El domingo había sido un día extraño, envuelto en una certera sensación de derrota. Sin lágrimas, sin angustia, simplemente con un hueco en el alma que se iba agrandando al compás de las horas.
Bastó sólo un gesto para comprender que ya no me quieres. De repente, lo ví claro: me aprecias, me deseas, puede que en cierto sentido hasta me admires, pero no me quieres. No como un hombre quiere a una mujer, y viceversa. No como una vez, hace un tiempo.
Algo ha sucedido en algún momento que tu amor se evaporó. ¿Porque he tardado tanto en comprenderlo? Llevo meses pensando... ya sé que simplemente, no te sale de dentro. Lo he comprendido y asimilado. Punto. No te preocupes por mí: no estoy mal, sólo tengo el corazón congelado.
No sé cómo será el futuro a corto, medio, largo plazo, sabiendo que soy para ti sólo una amiga, una buena amiga, al menos. Tampoco sé muy bien lo que yo misma siento ahora: necesito reciprocidad.
No te reprocho nada, no puedo reprocharte nada: el cariño no se puede exigir.
“No te enamores”, me advertiste, como si fuera algo controlable.
De repente, me suenan ridículas tantas cosas que escribí entonces, en octubre, en febrero…
(Verano de 2005)

“Todas las cartas de amor son ridículas…
pero más ridículo es no haber escrito nunca cartas de amor”
Fernando Pessoa.

sábado, 15 de diciembre de 2007

¿Porqué escribo?


Si no lo hiciera me mordería las uñas, comería pipas o me chascaría los nudillos.
Las letras que se deslizan al compás de mis dedos me alejan del abismo y espantan mis fantasmas. Las palabras juegan y se enlazan bajo mi voluntad, a veces con voluntad propia, me redimen del vacío, de la estupidez.
Si no escribiera, mis días serían eternos e infinito el espacio que me rodea. La Tierra seguiría girando, pero yo agonizaría.

En la escritura he encontrado una razón para vivir. Escribo, en fin, para no morir.



30 de octubre de 2005
Taller Casa de las Conchas.


martes, 11 de diciembre de 2007

Inmigrantes

Delegación de Hacienda, mostradores con carteles: I.A.E., declaración censal, rectificación de datos, I.R.P.F. fraccionado, programa PADRE... dudo, finalmente me sitúo en la cola que creo más adecuada. Mientras espero mi turno, veo una mujer muy menuda, Pocahontas en versión fea, y la miro preguntándome cómo se las apañará en este maremagnum de siglas. Al sentirse observada, se dirige a mí, la sonrío, me pide mi número de móvil. No comprendo. De sus explicaciones deduzco (no fue fácil) que no se sabe su propio número y quiere que se lo dicte al verlo reflejado en mi pantallita. Así lo hago. Me pregunta en qué casilla del impreso que sostiene debe ponerlo y se la señalo. Garabatea unos rasgos que a duras penas se reconocen como números. A continuación me pregunta por algo de una lista interminable de gestiones que aparecen en su impreso y me ofrezco a ayudarla cuando llegue su turno. Su gratitud excede en muchísimo al escaso esfuerzo que yo tengo que hacer para ello. De las explicaciones de la funcionaria que le atiende que afortunadamente y contra todo pronóstico, es amable, deducimos que el siguiente paso debe darlo en otra oficina no muy lejana. La mujer no conoce esta ciudad y pone cara de interrogación ante las explicaciones que funcionaria y yo misma tratamos de darle. Me ofrezco a acompañarla si me espera pues, era cierto, me pilla casi de camino, de modo que así lo hacemos. En el corto trayecto me cuenta escuetamente su vida: un drama como otro cualquiera de estas personas. Al fin le indico allí, donde se ve ese cartel, y me sonrié dejando ver, otra vez, las fundas doradas de algunos de sus dientes. Debí parecerle surrealista. No debe ser frecuente esa buena disposición para con el extranjero de la categoría inmigrado. Yo sentí una congoja inmensa que me hizo no sucumbir a lo facilón: sentirme buena persona sólo por haberle ayudado. Pensé cuánto sufrimiento y cuánto paso en falso, cuánta falta de amor, cúanta necesidad tendrán estas personas, qué poca comprensión sentirán. Cuánta soledad.
Qué mundo tan cruel que te hace diferente y te marca una vida digna o miserable sólo por el hecho de nacer en un sitio o en otro.

domingo, 9 de diciembre de 2007

El amor a los 50

Trasteando por el ordenador he encontrado un manojo de cartas del que fue un buen amigo.
Me inmortalizó en su primer libro, y a sugerencia mía me mató entre esas mismas páginas. Gusta ver los sentimientos que hemos sido capaces de despertar ya en el otoño de nuestra vida.
Transcribo un fragmento de una de sus cartas de la primera época:
... En mi descargo te diré lo que ya sabes; que los vacíos interiores tienen tendencia a ser rellenados; a veces a toda prisa; sin reparar en la bondad o no de los argumentos empleados en su sustitución.
Quiero decirte que los días que nos vimos fueron estupendos para mí; que me gustaría se repitieran; que disculpes mi exceso de emotividad; que no tengo la culpa de la fuerza de atracción de tu imán;que no quiero que te vayas tan pronto; que siempre he sido muy sincero contigo.
En una ciudad cualquiera, allá por el año 2003.
Tu amigo Jose M.

(Continuará...)

sábado, 8 de diciembre de 2007

Mañanita de niebla, tarde de paseo


El de hoy empezó con una niebla como ésta: fría, hermosa.

El dolor verdadero no hace ruido:
deja un susurro como el de las hojas
del álamo mecidas por el viento…

(“Alianza y condena”, Claudio Rodríguez.
http://www.mestrada.net/librocomp_hojas.htm)

Inocencia


Me dice esta mañana un viejo amigo que él aún considera hoy el auténtico "día de la madre" por aquello de la Inmaculada Concepción.
Me enternece su candidez y sentimentalismo.
¿Cómo puedo quererlo tanto si soy su antítesis?
Estoy leyendo el libro del niño con el pijama de rayas que está muy de moda; el otro día en el metro vi a una mujer leyéndolo con fruición. A mí el primer capítulo me interesó, justo hasta que se divisa que va de hitlerianos (imagino que anti-hitlerianos). Ya está una un poco hasta arriba de guerras: la mundial y la civil. La guerra del siglo XXI es el terrorismo.
Me pregunto, en la inauguración de este diario público, si no me distraerá ésto de mis pinitos literarios que ya llevaba en línea de no desfallecer.
La foto es de tan sólo hace unos días, por el paisaje de las estribaciones del sistema central, cuando el otoño casi se me escapa.
Y para empezar, creo que está bien. Voy a ver como queda.