martes, 11 de diciembre de 2007

Inmigrantes

Delegación de Hacienda, mostradores con carteles: I.A.E., declaración censal, rectificación de datos, I.R.P.F. fraccionado, programa PADRE... dudo, finalmente me sitúo en la cola que creo más adecuada. Mientras espero mi turno, veo una mujer muy menuda, Pocahontas en versión fea, y la miro preguntándome cómo se las apañará en este maremagnum de siglas. Al sentirse observada, se dirige a mí, la sonrío, me pide mi número de móvil. No comprendo. De sus explicaciones deduzco (no fue fácil) que no se sabe su propio número y quiere que se lo dicte al verlo reflejado en mi pantallita. Así lo hago. Me pregunta en qué casilla del impreso que sostiene debe ponerlo y se la señalo. Garabatea unos rasgos que a duras penas se reconocen como números. A continuación me pregunta por algo de una lista interminable de gestiones que aparecen en su impreso y me ofrezco a ayudarla cuando llegue su turno. Su gratitud excede en muchísimo al escaso esfuerzo que yo tengo que hacer para ello. De las explicaciones de la funcionaria que le atiende que afortunadamente y contra todo pronóstico, es amable, deducimos que el siguiente paso debe darlo en otra oficina no muy lejana. La mujer no conoce esta ciudad y pone cara de interrogación ante las explicaciones que funcionaria y yo misma tratamos de darle. Me ofrezco a acompañarla si me espera pues, era cierto, me pilla casi de camino, de modo que así lo hacemos. En el corto trayecto me cuenta escuetamente su vida: un drama como otro cualquiera de estas personas. Al fin le indico allí, donde se ve ese cartel, y me sonrié dejando ver, otra vez, las fundas doradas de algunos de sus dientes. Debí parecerle surrealista. No debe ser frecuente esa buena disposición para con el extranjero de la categoría inmigrado. Yo sentí una congoja inmensa que me hizo no sucumbir a lo facilón: sentirme buena persona sólo por haberle ayudado. Pensé cuánto sufrimiento y cuánto paso en falso, cuánta falta de amor, cúanta necesidad tendrán estas personas, qué poca comprensión sentirán. Cuánta soledad.
Qué mundo tan cruel que te hace diferente y te marca una vida digna o miserable sólo por el hecho de nacer en un sitio o en otro.

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