martes, 18 de diciembre de 2007

Carta de desamor en la madurez


Era lunes. Cuando el reloj dio la alarma de las seis y cuarto fue un alivio. Había pasado la noche completamente despejada, sin poder descansar.
El domingo había sido un día extraño, envuelto en una certera sensación de derrota. Sin lágrimas, sin angustia, simplemente con un hueco en el alma que se iba agrandando al compás de las horas.
Bastó sólo un gesto para comprender que ya no me quieres. De repente, lo ví claro: me aprecias, me deseas, puede que en cierto sentido hasta me admires, pero no me quieres. No como un hombre quiere a una mujer, y viceversa. No como una vez, hace un tiempo.
Algo ha sucedido en algún momento que tu amor se evaporó. ¿Porque he tardado tanto en comprenderlo? Llevo meses pensando... ya sé que simplemente, no te sale de dentro. Lo he comprendido y asimilado. Punto. No te preocupes por mí: no estoy mal, sólo tengo el corazón congelado.
No sé cómo será el futuro a corto, medio, largo plazo, sabiendo que soy para ti sólo una amiga, una buena amiga, al menos. Tampoco sé muy bien lo que yo misma siento ahora: necesito reciprocidad.
No te reprocho nada, no puedo reprocharte nada: el cariño no se puede exigir.
“No te enamores”, me advertiste, como si fuera algo controlable.
De repente, me suenan ridículas tantas cosas que escribí entonces, en octubre, en febrero…
(Verano de 2005)

“Todas las cartas de amor son ridículas…
pero más ridículo es no haber escrito nunca cartas de amor”
Fernando Pessoa.

1 comentario:

cristal00k dijo...

Unas veces se mata y otras se muere... porque es otr@ el que te mata a ti.
Dura y certera, mi niña.

Feliz vida, Adu.