sábado, 8 de noviembre de 2008

Cisne negro, cisne blanco II

Veinticinco años antes.
Margarita Valbuena coge las puntas, enrolla las cintas con cuidado y las guarda en una bolsa de paño que se cierra con cordoncillo. Después coge sus zapatillas casi hechas girones –ahora están a punto para bailar-, el maillot y las mayas y mete todo con cuidado en su bolsa de deportes. Antes de salir del vestuario se mira al espejo, duda un instante si quitarse el moño y dejar la melena al aire. Finalmente su pelo queda recogido, así se ve mejor esa sonrisa que dibujan los labios, que llega casi hasta los dos pómulos tan pronunciados. Sus ojos algo rasgados, abiertos a la vida, brillan. Su frente despejada rezuma juventud. Marga va corriendo por la calle, más bien saltando, hacia la cola del autobús queriéndose comer el mundo. Apenas puede contenerse y en la parada pone los pies en quinta posición mientras tararea el vals de las flores. Cierra los ojos y se recuerda a sí misma en la prueba. Pero, por mucho que imagine ella, no puede verse bien, pues sólo siente sus complejos: ese grand-écart insuficientemente abierto, el estreno de sus puntas: demasiado duras y rebeldes para las piruetas, el remiendo de las mallas en la rodilla. Marga es simplemente feliz. Hoy es su día: ha sido seleccionada para “El lago de los cisnes”; en una segunda prueba se decidirá el papel. Ella sueña con la muerte del cisne que vio un día interpretar a la diva Maia Plisetskaya: mientras aleteaba y se contorsionaba, moría de verdad. Inmejorable. Marga no piensa llegar a tanto, no cree que le den un papel solista, ni mucho menos, ya se conforma ella con poder salir a escena en el “Paso a cuatro”. En ese retazo se siente dominadora, con su técnica depurada, tan graciosa y natural en el juego de cabezas… aunque el resultado depende también de las otras tres: tienen que moverse al unísono, en una perfecta sincronización, ni un grado de más hacia la izquierda, o hacia la derecha, ni hacia delante o hacia atrás: el giro, acompasado y suave, muy suave, rítmico, marcando las notas. Marga no comprende cómo algunos bailarines (bueno, más bien aficionados, piensa) dicen que les encanta interpretar la música si bailan igual con ella que sin ella. Marga la siente debajo de su piel y sabe cuándo hay que marcar una pausa, cómo enfatizar el movimiento, parecer más blanda o más cortante, arrastrar el cuerpo detrás de sus pies, y también viceversa. La música le habla: le dicta melancolía o alegría, unas veces delicadeza; otras, crispación: su cuerpo es el vehículo para expresar toda una gama de sensaciones cercana al infinito.
El autobús llega y Marga deshace su quinta. En la parada, un chico se había quedado mirando con extrañeza el nudo de sus pies. Entre el mundo del ballet, se reconocen sólo con verse: por la forma de estar de pie, por la de sentarse, por la de hablar, por la de moverse. Los vocacionales lo hacen sin sentir, por deformación profesional. Otros exageran los rasgos estirando exageradamente el cuello o andando como quien camina de puntillas –cuando no caminan realmente de puntillas-, pero ese tipo de tics acaban delatándolos: sólo son cursis, aprendices, mediocres. Los que viven el baile de verdad, desde dentro, no necesitan gestos externos; a veces se les escapan pero ellos hacen esfuerzos por ser considerados como personas normales. En clase de Marga, en el Instituto, sus compañeros no comprenden que ella prefiera pasarse todo un fin de semana ensayando la prueba, ni que duerma durante la noche del sábado para estar en forma, sin ceder a la tentación de las cervezas. No es que a Marga no le guste lo que a todos los jóvenes, es que su pasión la puede: el baile es su vida, no hay nada en el mundo con lo que se sienta tan llena, tan feliz, como cuando está encima de sus zapatillas volando, soñando, girando…
Lleva trece años asistiendo a clases, desde los cinco. Por los pelos: un año más y hubiera sido ya casi tarde. Tres horas semanales los primeros años, después una hora diaria; más tarde, tres horas diarias. Muchos fines de semana en cursos intensivos o ensayos generales. Casi todos los veranos un mes en algún cursillo de especialidad: “castañuelas”, “escuela bolera”, “brazos”, casi siempre becada, pero a veces tras un esfuerzo económico de sus padres.
Con tan sólo cuatro añitos, a Marga se la permitió apuntarse a la actividad extraescolar de Danza, aunque su madre hubiera preferido Inglés. Al finalizar el curso académico, la Madame recomendó que llevaran a la niña a la prestigiosa Escuela de Ballet de su ciudad, que tenía fama en toda Europa. Sin duda, apuntaba dotes especiales. En la prueba de acceso sin embargo, el Maestro les echó un jarro de agua fría:
- Tiene los pies demasiado planos y constitución algo redonda…
- … Aunque no cabe duda de que es sensible y lista; podrá dominar sus puntos débiles si se la enseña bien. – añadió.
Con lo cual, decidió admitirla.
Su madre se asombró de que para ser bailarina hubiera que ser lista, pero así lo escuchó varias veces a lo largo de los años.
La niña pasó su infancia ejercitando sus empeines, mientras leía, mientras atendía las clases del colegio, mientras veía la tele.
Hoy Marga, mientras coge el autobús, piensa que ha merecido la pena. A veces se ha sentido abrumada. En Ballet todo tiene que ser perfecto, todo tiene que estar en su sitio. Recuerda las lágrimas cuando sus primeros pasos sobre las puntas, la tozudez del Maestro con las niñas para que no se corten el pelo, la preocupación por ese mechón rebelde que no se sujeta y cae sobre la frente, la expulsión de una clase por llevar un tomate en las mayas, los cuchicheos de las compañeras por los dos kilos más en octubre, el bochorno por llevar una talla de más en el maillot. Revive la lucha contra el sueño y el cansancio, el tesón para conseguir limpia la pirueta doble que se rebela, las agujetas cuando se insiste demasiado y sin control.
Marga llega a casa a dar la buena nueva a su madre. Abrazos y gritos de alegría.
- Llegarás a ser una figura – anunció su padre.
Marga sin embargo sonríe porque sabe que figura, sólo una entre diez mil, pero su padre es feliz creyendo que tiene una Maia en casa.

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