viernes, 29 de mayo de 2009

La jaqueca del cazador.

Davalú le había invadido la cabeza. Sus sienes temblaban: pom pom, pom pom, cual tambor en semana santa.
Cogió su jeep, metió la escopeta de caza y a su perro y condujo hasta el monte. Cuando hubieron llegado al sitio, salieron. Caminaron los senderos, otearon el paisaje, esperaron presas sin buscarlas. De repente la jara: su olor penetra por todos los orificios… Unos pasos más… Davalú pelea… Pom pom, pom pom… Más pasos sin rumbo fijo… Davalú grita… Y al final, solo el aroma, el olor a jara, solo su olor…

Al final solo la jara.

3 comentarios:

Manolo dijo...

Pobre cazador,sería la única forma de arrancarse a Davalú. Pero la jara es inocente. En casos extremos es la solución, pero mejor si no lo pone todo perdido. Entre las jaras está bien.
¿Ya has leído el libro de Argullol, sobre el que escribiste el día 13?
Besos

Adu dijo...

La jara, la jara... Algún día tengo que contar cómo llega la Musa (o el Muso) y cómo se desarrolla el proceso creativo, es muy curioso. En este caso, fue un aroma que me vino de repente y no sé porqué, ya que no había jara... y como he estado unos días con jaqueca, se me ocurrió todo lo demás.
No, no he leído el libro, no sé si lo haré.
Besitos.

Adu dijo...

Sigo (unos días después)...
Las palabras de Manolo me hicieron pensar en una intrepretación distinta a la mía. Yo NO había pensado en el suicidio del cazador, simplemente en que hubo un momento en que él no sentía nada más que el olor a jara, que fue lo que me pasó a mí en mi paseo. Lo bueno de los finales abiertos es ésto: que surgen historias nuevas con cada lector. ¡Me encanta!