Aún no me ha preguntado nadie el porqué este pseudónimo. Y antes de que mis lectores acudan en masa y tropel a hacerlo, lo voy a explicar:
Ana, por Anna Pavlova.
Duncan, por Isadora Duncan.
Por la fusión entre ambas, cuyo encuentro yo había olvidado o ignoraba, pero hoy, re-leyendo la biografía de la Duncan, me encuentro con este párrafo:
"...Con motivo de su primer viaje a San Petersburgo, en 1905, la ya entonces famosa Isadora fue invitada por la no menos célebre bailarina rusa Anna Pavlova a visitar su estudio. Allí tuvo el privilegio de contemplar a la gran diva realizando sus ejercicios. La propia Isadora lo relata en sus memorias: "Encontré a Pavlova de pie con su vestido de tul practicando en la barra, sometiéndose a la gimnasia más rigurosa, mientras que un viejo caballero con un violín marcaba el tiempo y la exhortaba a realizar mayores esfuerzos; era el legendario maestro Petipa. Me senté y durante tres horas observé tensa y perpleja los sorprendentes ejercicios de Pavlova, que parecía ser de acero elástico. Su hermoso rostro adoptó las líneas severas del mártir. No paró ni un solo instante. Todo su entrenamiento parecía estar destinado a separar por completo la mente de los movimientos gimnásticos del cuerpo. La mente debía alejarse de esa rigurosa disciplina muscular. Esto era justamente todo lo contrario de las teorías sobre las que yo había fundado mi escuela un año antes. Lo que yo pretendía es que mente y espíritu fuesen los motores del cuerpo y lo elevasen sin esfuerzo aparente hacia la luz..."
La danza marcó mi infancia y mi juventud. Mi alejamiento de ella en la adolescencia, justo cuando más se necesita, marcó también, quizá, mi destino. O no. Nunca se sabe "que hubiera pasado si..." Por tanto, no caeré en la tentación de reprocharme, una vez más, haber ido por el camino que fui, pues nadie me obligó a hacerlo. Simplemente, ¿quién sabe lo que quiere a los diecisiete, a los veinte años? Cuando uno empieza ya a conocer sus prioridades, es tarde para elegir.
En todo caso, la Danza está ahí para nuestro deleite, como lo están la Literatura (más al alcance de todos los públicos y en todas partes, creo yo) y otras artes y artesanías, para que uno tenga asideros en sus momentos de más tétrica soledad y también en los de regocijo compartido. Aunque, no sé porqué, prefiero la contemplación de la belleza en solitario. O tal vez es que me he acostumbrado.
Otras páginas sobre la interesantísima vida de la Duncan: